Cuando se marcan límites en casa
es inevitable que surjan disputas: lo más probable es que el niño intente
saltárselos. Una actitud serena, tranquila y consecuente por parte de los
padres es fundamental para superar el conflicto y para que el niño aprenda que
no siempre puede hacer lo que quiere. Por un lado, esta actitud resulta más
convincente que dar gritos y proferir amenazas; por otro, le sirve de modelo al
niño, que imitará la manera de comportarse de sus padres cuando tenga que
solucionar sus propios conflictos.
Si los límites y sus
consecuencias -tanto del cumplimiento como del incumplimiento-están
correctamente definidos, el niño aprende a tomar decisiones, según su propio
criterio. Por ejemplo: "¿Qué hago?, ¿me como la cena y así luego puedo
tomar un helado o elijo no probar bocado y renuncio al helado?". Esto
ayuda a los niños a hacerse responsables de las consecuencias de su
comportamiento. Así, poco a poco, van aprendiendo que son ellos quienes marcan
sus propios límites. Al principio necesitan que el límite venga de fuera, que
lo fijen sus padres, pero, con el tiempo, serán ellos los que establezcan las
normas que dirijan su comportamiento. Una vez que se conviertan en adultos, no
precisarán que alguien les diga cómo actuar, porque ya habrán aprendido e interiorizado
cuándo un comportamiento es adecuado y cuándo no.
Artículo tomado de La Eduteca
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